El ejemplo de una buena actitud

Hoy os contaré el ejemplo de una buena actitud ante los avatares de la vida, porque siempre, siempre, tendremos la oportunidad de elegirla. Como dijo Machelle Britten,  una mala actitud es como una llanta baja. No puedes ir a ningún lado hasta que la cambies.

Antonio tiene 41 años. Es de Barcelona. Es psicólogo. Acude a mi consulta para explorar sus emociones y entenderlas mejor después de unos eventos que ahora os voy a contar.

1. Todo se cura.

Antonio pertenece a una familia de toda la vida del barrio de Sarrià.

Es hijo único y ha tenido una vida alegre, una infancia estimulante en la cual ha podido viajar con su familia alrededor del mundo y ha podido cultivar con entusiamos y alegría varios intereses y pasiones.

Problemas ha tenido él también, está claro. Todos tenemos problemas. Pero lo que está claro es que tanto él cómo sus padres son de aquellos que siempre ven el lado bueno de la manzana, la mitad llena del vaso, que no invierten tiempo y energía en la queja, más bien en la acción y en la sonrisa.

A los catorce años tiene por primera vez un dolor alucinante en el estómago. Sus padres le llevan a urgencias, donde se queda una semana. No saben si es cáncer de estómago o gastritis crónica. Por suerte se descarta la primera hipótesis. Antes de dejar el hospital, un médico le dice “tendrás gastritis de por vida, que lo sepas.”

Una vez en casa, Antonio vuelve a la vida normal. Tomas pastilla e infusiones para placar la acidez en el estómago y seguir adelante. Sencillamente le «jode» que el doctor del hospital le haya sentenciado una enfermedad ad aeternum y está convencido que con el poder de su mente podrá sanar completamente.

Aprende a meditar, lee libros de auto-ayuda, se familiariza con inciensos, piedras, mantras y mudras. Poco a poco logra desarrollar un estado mental de paz que nunca había experimentado antes. Después de unos meses, en el momento en el cual la gastritis desaparece por completo, se presenta en su vida una nausea que lo lleva a vomitar varias veces al día. Es una nausea psicológica, se dice a si mismo. A los 21 años acude a una psiquiatra. Toma pastillas un año y medio. ¿El diagnóstico? Vomiting. Algo parecido a la anorexia. De la misma familia, podríamos decir. Llega a vomitar hasta 50 veces en un día, prácticamente desde que se despierta hasta que se duerme. Pierde peso y llega a los 46 kilos.

Después de la psiquiatra acude a una psicóloga por tres años. No se da por vencido y continua sin parar su viaje de aprendizaje sobre si mismo. Acaba así de vomitar a los 27 años. Recuerda que un día se dio cuenta que llevaba varios días sin vomitar. Y los días se volvieron meses. ¡Qué bien!. Por fin había logrado acabar con esta pena.

 2. Descubrimiento

Pasan los años y todo parece ir bien. Ningún problema más. Hasta un sábado de septiembre de hace dos años, cuando organiza con unos amigos una cena a un restaurante mexicano. Aquella noche toda la compañía de amigos exagera con cerveza, tequila y chilis picantes, de los más picantes que hay, por supuesto. Cenan más guindillas que tacos.

La mañana siguiente, en el baño, Antonio descubre con un susto que esta teniendo pérdidas de sangre. Han sido las guindillas, piensa. Eran demasiadas. Pero la sangre es mucha y no es normal. Avisa al trabajo y se va directo a urgencias. Allí lo tienen lo tienen en observación trece horas. Descartan cáncer y otras enfermedades. Le hacen exámenes de orinas, sangre, encefalograma, etc.. Y le programan colonoscopia. La prueba se la hacen en febrero, cinco meses después.

El día de la prueba, Antonio se presenta con un amigo al hospital, en ayunas. Le duermen, y cuando se despierta, un poco atontado, ve que en cima de su barriga hay una hoja. Es un informe. De que tiene enfermedad de Crohn.

“¿Tengo enfermedad de Crohn?” Pregunta a la doctora en el quirófano.

“Sí, ya lo hablarás con tu médico de cabecera.” Se ve contestar. “Tienes cinco centímetros de intestino afectado.”

Una sonrisa se abre en la cara de Antonio.

Antonio sale del quirófano y al salir al pasillo sonriendo le comenta a su amigo de la enfermedad.

3. Una nueva lectura

Antonio sabe de enfermedades cómo la de Crohn. Un amigo suyo también la padece. Sabe que suele desarrollarse en los hombres alrededor de los 14/15 años y que puede empezar con tanta fuerza que la inflamación puede llegar hasta el estómago, dando problemas de vómito y de pérdida de peso.

De repente vuelve a leer su vida pasada desde una nueva perspectiva, y lo habla también con su médico de cabecera.

Puede ser que el vomiting no haya sido vomiting. Tal vez era la enfermedad de Crohn que explotaba en su cuerpo y tomaba espacio en su vida. Por suerte no se la diagnosticaron en aquel entonces. No hay cura para esta enfermedad. Es crónica, incurable, degenerativa. Pero sí te pueden recetar corticóides toda la vida.

Así que Antonio no para de ver cosas positivas en este diagnóstico. Incluso, ve claramente que desde los catorce años la enfermedad ha mejorado prácticamente hasta reducir su espacio de acción a los cinco centímetros actuales. O sea, un éxito total.

 4. Aprendizajes

¿Que podemos aprender de esta historia?

Que lo que es importante no es lo que nos pasa, más bien lo que hacemos con lo que nos pasa. Cómo decidimos sentirnos. Que decidimos pensar. Que decidimos recoger de nuestra experiencia y que decidimos entregar a los demás de lo que hemos vivido.

Has leído cuantas veces repito el verbo “decidimos”? Sí, porque al fin y a cabo, todo es un tema de acción y decisión.

Antonio es un esplendido ejemplo de persona con buena actitud. Porque él quiere ser así. Nadie le saca trece años de vómito cotidiano. No son palomitas, si lo piensas bien. Y ahora que le diagnostican una enfermedad peor, se lo toma bien y se pone medallas personales por haberlo hecho bien.

Espero que tú puedas reflexionar sobre la actitud que eliges en cada momento de tu vida y que puedas ser consciente de lo grande que eres y que puedes ser cuando eliges serlo.

Alberto Simoncini – Gestión de las Emociones

 

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Un comentario

  1. Gracias por tu experiencia Alberto. En muchas ocasiones no podemos decidir lo que nos pasa. Lo que está en nuestras manos es como lo sentimos y como lo vivimos.

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