Tres personas, tres historias, tres mundos. Tres formas de ver la necesidad de acercar la educación emocional a los profesionales de la salud

¿Educación emocional para los profesionales de Salud?

Tres personas, tres historias, tres mundos. Tres formas de ver la necesidad de acercar la educación emocional a los profesionales de la salud.

– Ana tiene alrededor de 40 años. Me cuenta que su padre ha muerto por un ictus, tenía poco más de 60 años cuando ocurrió. Está muy dolida, es evidente. También está asqueada. Y no es por la muerte del padre. Ella es consciente que la vida puede acabarse en cualquier momento. Es por el trato que recibió cuando le comunicaron la triste noticia.

– Gemma es doctora. Cirujana. Trabaja en dos importantes hospitales de Barcelona. Tiene poco más de 40 años. Ama su trabajo y hace un año entró en depresión por una operación que no acabó cómo era de esperarse.

– Bruno es pediatra. Tiene casi 70 años. Es un mago emocional. Tiene la capacidad de calmar tanto a los niños cómo -y, sobre todo- a los padres. Bruno al igual que Gemma ama su trabajo. Este amor por su trabajo lo entrega en forma de tiempo, atención, paciencia y sabiduría. Se conoce mucho, así que puede entender a los demás.

Tres ejemplos que hablan de tres niveles de madurez y educación emocional.

Ana estaba en el pasillo, con su madre y su hermana. Se notaba les notaba ansiedad. Temiendo lo peor. De repente llega el médico, rodeado por una piña de colaboradores:

– “Su padre ha muerto.” Y se va.

– Ni un ‘lo siento’. Abrazos que no existen. Ni una mirada de compasión.

Ana se queda helada. Y con ella su hermana y su madre. Rompen a llorar las tres. Y sí, claro, por la muerte del padre y marido.

La violencia de la información que les ha sido proporcionado ha transformado la muerte en un homicidio.

– “¿Cómo puede ser? ¿Cómo puedes dar una noticia así de esta forma? ¿Te das cuenta, Alberto? ¿¿¿Te das cuenta???”

*Yo no conozco al médico, simplemente me baso en lo que me cuenta Ana. Si lo que relata es real, se trata el médico es persona que ha puesto barreras a sus propias emociones y por eso no tiene el espacio para las de los demás.

El resultado es catastrófico para los dos: para ella que no recibe el necesario apoyo en aquel preciso momento; para el mismo médico porque toda emoción que no tenga espacio para expresarse acaba agarrándose a algún músculo, por lo cual antes o después se producirá una tensión inmensa capaz de transformarse en una avalancha emocional.

Nivel de educación emocional: bajo

Intervención de Humanas: formación de entre 6 y 12 meses que capacite la persona para que pueda leer, entender, expresar sus propias emociones. Técnicas de respiración, meditación, empatía, educación del Ego.

Gemma hace su trabajo por vocación. Es una persona inteligente, sensible y también muy exigente consigo misma. Quizás demasiado. Su ratio de éxito en las intervenciones que practica es altísimo.

Un apunte, cuando digo altísimo no significa que sea del 100%. Así que el año pasado pasó algo que sucede en muy pocas ocasiones. Una de las intervenciones no acabó con éxito como ella esperaba.

El paciente perdió la visión de un ojo. No fue una negligencia. No fue por culpa de Gemma. En una operación siempre se pueden dar complicaciones y estas no siempre dependen del equipo médico. Pues ojo adiós. Y hola, depresión.

Gemma está acostumbrada a no fallar. Está acostumbrada al éxito. Ahora le toca lidiar con lo que menos le gusta. Algunas veces graniza y las personas no pueden elegir el tamaño del granizo.

Nivel de educación emocional: medio-alto.

Intervención de Humanas: formación de 6 meses que capacite la persona para gestionar las situaciones estresantes y los duelos ajenos, soltar los sentidos de culpa y dar más espacio a las emociones conectadas con la responsabilidad personal.

Bruno también es médico por vocación. Hace 50 años empezó Medicina y a partir de ese momento ha entregado su vida a los niños y a sus padres. También es marido y padre de dos hijos.

En su vida ha pasado por diferentes etapas complicadas. Su humildad y su buena actitud han hecho de él una persona capaz de ponerse en juego. Ha tenido mucho éxito a nivel laboral, pero siempre ha dado prioridad a la vocación al servicio. No les tiene miedo a sus miedos y tampoco a sus emociones, por lo que tampoco tiene miedo a los miedos y a las emociones de los demás.

Nivel de educación emocional: muy alto.

Intervención de Humanas: llevar a Bruno a alguna de nuestras charlas o formaciones para que comparta su experiencia con los demás.

¿De quién hablo a través de estos tres relatos reales?

– De tres personas reales.

– Con habilidades reales.

– Que se pueden mejorar, siempre.

En el cole y en la universidad no nos enseñan (bueno, las escuelas vivas sí que lo hacen, la verdad: Els Encants de Barcelona es una escuela pionera en eso) a conocer nuestras emociones y cómo gestionarlas.

Entonces formamos profesionales muy hábiles en hacer lo que tienen que hacer, pero muy poco hábiles en saber gestionar el “cómo se sienten” cuando algo no va tal cómo tendría que ir -que es la realidad de las cosas en la mayoría de los casos-.

Tan solo imagina un buen carpintero que hace sillas de maravilla que la primera vez que se le rompa una silla entre en depresión o se suicide. ¿Te parece bueno? ¿sería coherente? ¿te parece sano? Obviamente que no.

Pues como buenos carpinteros que somos todos. Muy a pesar de nuestros esfuerzos, cada día se rompen sillas.

Tenemos que ser capaces de contactar con nuestro fracaso, con nuestro dolor, con nuestro sufrimiento. Aprenderlo de verdad, no solamente estudiarlo o leerlo.

Es trascendiendo el sufrimiento, cuando el sufrimiento se transforma en Amor.

Alberto Simoncini – Gestión de las Emociones

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