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La enfermedad en el trabajo

Toni es un hombre de 39 años que vive y trabaja en Barcelona. Ha nacido en un pequeño pueblo a las afueras de Tarragona y a los 19 años se mudó al barrio de Sants, donde todavía vive y además trabaja.

 Toni es soltero. Trabaja en el departamento de finanzas de una mediana empresa de servicios.

Le gustaría tener pareja, pero aparentemente no se ha dado todavía la ocasión de encontrarla. Tiene su círculo de amigos del cual -me dice- está muy agradecido. Con algunos va al cine, con otros va a jugar a pádel. Por lo que me cuenta, está contento de su vida porque le ha encontrado un sentido. Su sentido, evidentemente.

Trabaja lo necesario y lo hace bien y siempre con una sonrisa. Tiene un sobrino de 8 años con el juega una o dos veces por semana. Con su hermano se lleva bien. En su tiempo libre mantiene un equilibrio flexible entre tiempo que está solo y disfruta de su pequeño piso, y el tiempo que comparte con amigos, entre paseos, cine y pádel.

Todo bien.

-¿Entonces porque has acudido a mi consulta?- le pregunto.

 -Porque tengo un problema en el trabajo-

 -¿Pero no me dijiste que iba todo bien y que trabajas con una sonrisa?-

 -Sí, es así. Pero hay un problema que surge cuando tengo las crisis. Tengo epilepsia.

Toni me habla entonces de la enfermedad, que padece desde que era pequeño y que está controlada con fármacos. Iba todo bien -me asegura- si no fuera porque hace tres meses le cambiaron medicamento y ahora parece que el cuerpo tiene que pasar a través de un período de asentamiento en el cual se pueden dar crisis de intensidad y frecuencia irregulares.

Las crisis de Toni son relativamente pequeñas. Hay algunas que si no le miras ni te das cuenta de que la está teniendo. Una pasó por ejemplo durante una sesión y por estar yo mirando la agenda no me di cuenta, otras que se queda parado y hace un delicado sonido con la boca. Después de una crisis normalmente está cansado, agotado y necesita unos minutos de relax, de paz, de descanso.

Ahora llega el problema: sus compañeros de trabajo no supieron de la enfermedad de Toni hasta hace un par de meses, cuando tuve la primera crisis. Se asustaron mucho. No sabían que hacer. No sabían que decir. No para todos, pero para algunos de ellos fue realmente un trauma.

Aquí está el problema: Toni me dice que después de estas micro-crisis se siente fatal porque, en concreto, tres compañeros del trabajo se asustaron y después se volvieron agresivos. De esta forma, en lugar de relajarse, se vuelve él también ansioso y rabioso contra la enfermedad (que no puede controlar, evidentemente).

¿Cómo gestionamos la enfermedad en el trabajo?

Con Toni hablamos de la importancia de lograr mantener la calma y la serenidad en estos momentos y de la importancia de reconocer las diferentes emociones que puedan surgir para dejar que se expresen y que se vayan cuando hayan cumplido con su misión de comunicar algo. Para eso hacemos unas respiraciones dulces y profundas y unos movimientos hiperlentos para conectar con el instante presente y relajar al mismo tiempo todos los músculos del cuerpo.

Por otro lado, conviene conmigo que en lo que se refiere a sus compañeros, es responsabilidad de ellos que vivan mal estos momentos. Por cuanto le duela ver lo mal que reaccionan, es responsabilidad de ellos explorar porque asistir a una pequeña crisis de epilepsia de Toni les causa tanto dolor. Así que en este espacio no podemos hacer nada, no es algo que depende de nosotros.

Explico a Toni que la rabia es una forma de anestesia que utilizamos para no sentir dolor, tener conciencia de eso libera ya de mucha carga emocional. Ya no es rabia, es un mecanismo de defensa.

Por otro lado, propongo a Toni una simple y bonita estrategia para que sus compañeros logren sentirse a gusto incluso durante una crisis. Para que poco a poco hagan la paz con aquel momento duro e imprevisto.

Lo que le propongo es preparar una hoja A4 con unas pocas líneas en las cuales el mismo Toni, con sus palabras explique que es lo que le puede pasar, y que es lo que sería bueno y apropiado que los demás hicieran durante y después de la crisis. Algo sencillo, auténtico, suyo. Incluso con un dibujito, una flor, una carita alegre. Un A4 para cada compañero del departamento.

Entre las notas figura:

“No te sientas en deber de decir nada especial, con que me mires a los ojos sabré que estás allí conmigo.”

“Si te apetece coger mi mano, hazlo sin dudar. Para mi será cómo si me abrazaras y me calmará.”

Hablar, compartir nuestras emociones, preguntar desde el corazón. Solo esto nos salvará de una vida gris. ¡Gracias Toni!

 

Alberto Simoncini – Gestión de las Emociones

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  • junio 25, 2018

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