Las palabras son importantes porque vehiculan ideas que, una vez hayan entrado en la cabeza, puede resultar difícil cambiar o sustituir. Y es lo que pasa con la idea de necesitar y querer.
En más de un artículo he escrito sobre la diferencia entre felicidad y satisfacción.
Repetita iuvant. En publicidad se confunden adrede las dos palabras para que nos invada la ilusión que consumir (cualquier acto de consumo, sí) nos entregará de algún modo una felicidad real y duradera. Sabemos muy bien que todo proceso de satisfacción llega a una cumbre en la que esa satisfacción se trasforma en su opuesto, en insatisfacción. En cuanto podemos, nos tiramos otra vez entre los brazos de un nuevo deseo, que inevitablemente nos hará caer en una nueva insatisfacción.
Cambia necesitar por querer
Creo que es urgente también diferenciar entre el verbo necesitar y el verbo querer. Pues los estamos confundiendo cotidianamente.
A menudo afirmamos que necesitamos estar bien, que necesitamos sentirnos amados, que necesitamos un buen trabajo, que necesitamos sentir que lo que hacemos tenga sentido.
Cambia ahora el verbo «necesitamos» por «queremos».
Queremos estar bien. Queremos sentirnos amados. Queremos un buen trabajo. Queremos sentir que lo que hacemos tenga sentido.
¿Ves qué es lo que cambia? Cambiando el verbo, cambia el espacio desde el que hablas.
No es lo mismo “necesitar estar bien” que “querer estar bien”.
Cuando queremos algo nos hacemos más responsables, más activos. Nos convertimos en actores de nuestra obra de teatro, no pobres víctimas de una realidad que no nos proporciona todo lo que, supuestamente, nos merecemos.
Y nos damos cuenta de que si queremos lograr lo que queremos tenemos que concentrar el esfuerzo en acciones positivas hacia la meta. No desperdiciarlo mirando y juzgando a los demás.
Un caso real para aprender a querer
Pablo es un hombre de 55 años. Trabaja en una inmobiliaria muy conocida y de gran prestigio. Es director comercial de una zona específica de Barcelona. Está muy estresado. Me contacta por teléfono y me dice que está mal. Que no tiene fuerza de reaccionar, como en el pasado.
Le contesté: «bien, si no funciona lo de ayer es porque no eres la misma persona de ayer. Eres una nueva persona y debes entender qué herramientas te van a ser útiles ahora».
Una vez en la consulta, me comenta que necesita un cambio en su vida. Un cambio ya.
En el trabajo, a pesar de los buenos resultados, su jefe no está nunca contento. Él siente que necesita estar más tranquilo. También necesita un espacio donde poder trabajar con serenidad.
Siendo director comercial necesita que a final de mes los números cuadren y para eso le toca a menudo ser duro con los suyos, algo que no le gusta.
En cuanto a la familia bastante bien, aunque ya hace tiempo que él y su esposa no tienen momentos de intimidad. Los dos hijos adolescentes son buenos estudiantes y no dan problemas. Con todo, los ve poco y esto le duele. Así que necesita volver a tener una vida amorosa más plena y necesita más momentos de familia.
La salud bastante bien, solo necesitaría perder unos seis quilitos.
Pablo necesita muchas cosas. Y, claro, si considera en conjunto todo lo que necesita se le hace demasiado grande para empezar con algo. Así que, finalmente, no hace nada y se queda con toda la frustración.
¿Qué puede hacer, entonces?
Escuchar una buena canción. Sin auriculares, sin altavoz, sin canción.
Quiero decir: escuchar una buena canción dentro de él. Una canción que pueda escuchar siempre y cuando quiera, que suene dentro de él, en su cabeza, en su corazón, entre músculos y nervios, que resuene hasta las profundidades de los huesos, atravesando órganos y arterias.
Es la canción que empieza con estas palabras: “Confío, quiero confiar en mí y en todo lo que me rodea. Voy a elegir pensamientos y emociones positivas y sanas para que me acompañen a lo largo de todo el día. Con firmeza no voy a permitir que ningún pensamiento se adueñe de mi serenidad y alegría. Con firmeza y serenidad, no lo voy a permitir. Lo que voy a permitirme es ser poderoso, de comprensión y confianza. Quiero ser y quiero estar».
Esta es la canción que Pablo -y todos nosotros- tendríamos que escuchar cada día.
¿Te suena absurdo? Entonces es que no la escuchaste nunca. Es hora de empezar.
¿Te has preguntado qué quieres?
Estamos tan acostumbrados a castigarnos, a tratarnos mal, a juzgarnos duramente, que a la mínima ocasión de querernos y mimarnos (querernos de verdad, no con un móvil nuevo, ni una botella de champán o un traje a medida) nos sentimos incómodos, débiles, tontos.
Pues ha llegado la hora de probar algo nuevo como pensar bien de ti. Aceptarte por el mero hecho de existir. Aceptar tu mente, tu corazón, tu cuerpo, tu fuerza y tu debilidad. Amarte, por fin.
A Pablo le digo: “Pablo, cierra los ojos, respira hondo y profundamente. Deja de lado lo que crees que necesitas y enfócate en lo que quieres. ¿Qué es lo que quieres?”.
A Pablo se le caen unas lágrimas. Toma aire y sonriendo me dice “Quiero ser buen padre, buen marido, buena persona, buen jefe».
Respondo: «Vale, Pablo. Ahora sabes en qué dirección ir y es el momento de pasar a la acción. Y será fácil.”
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Alberto Simoncini – Gestión de las Emociones