Cuentan que un día de hace siglos, en un pueblo del lejano Oriente, un poeta tonto andaba por un camino cuando se enteró de un monje que, en absoluto silencio y con cara de paz absoluta, estaba meditando.
El poeta tonto se acercó y se sentó en frente del monje. Asumió más o menos la misma postura del monje, aunque estaba claro que aquel modo de sentarse no le era familiar.
El monje no abrió lo ojos, no se movió, no habló. Continuaba en el mismo estado de gozo total.
El poeta tonto entonces le habló.
-Oye Monje- le preguntó -sabes que es lo que veo?-
El monje sonriendo abrió los ojos.
-Buenos días, buen hombre, que es lo que ves?-
-Verás, monje- dijo el poeta tonto con disgusto -en frente de mi veo a una pila de caca meditando! Mpf!-
El monje continuaba mirándolo con la sonrisa y con los ojos llenos de alegría. Y no decía nada.
Entonces el poeta tonto, molesto por su silencio, preguntó
-Oye monje y tú que ves?-
Y el monje contestó
-Veo una montaña de Luz meditando.-
El poeta tonto entonces se irritó aún más
-Oye monje! Acabo de decirte que eres una pila de caca meditando, cómo puede ser que tú me digas que en mi ves una montaña de Luz meditando???-
Y entonces el monje habló:
-Ves, buen hombre, cada uno ve fuera lo que tiene dentro.-
Este cuento, sencillo y a la vez potente cómo pocos, nos recuerda que la realidad que percibimos a través de nuestros sentidos es creada por nuestro mundo interior, por nuestras creencias, definiciones, pensamientos y emociones.
Entonces si una persona cultiva en su interior un oasis de Amor, Bondad y Virtud, se inclinará a ver en el mundo lo que conecta con su mundo interior, en este caso Amor, Bondad, Virtud.
Si, por otro lado, otra persona siembra en el día a día pensamientos y emociones de enojo, envidia y rabia, el mundo que vivirá será un mundo donde el enojo, la envidia y la rabia imperan.
¿Qué nos invita a pensar, entonces, este cuento?
A cuidar de nuestro mundo interior, que es el único espacio de auténtica paz que podemos crear y que podemos vivir a pesar de lo que pase afuera, que por supuesto no depende de nosotros.
Nos impulsa además a seleccionar los diferentes estímulos que vamos recibiendo cada día. Seleccionar cuidadosamente nuestros pensamientos, nuestra comida, nuestra música, nuestros sonidos o ruidos, nuestros silencios, nuestras lecturas, nuestras conversaciones, amistades, relaciones.
Por otro lado este cuento nos devuelve la responsabilidad de lo que vemos en el mundo, porque al fin y a cabo somos nosotros que decidimos en cada instante que pensar y que entregar a los demás.
Si a menudo nos quejamos de que el mundo es falso, malo, injusto…. preguntémonos cuanto de lo que estamos criticando tiene lugar en nuestro mundo interior.
Si opinamos que el mundo tendría que cambiar para ser más justo y nunca lo hace, preguntémonos si este juicio podría darse también sobre nosotros. Porque el mundo cambia cuando muchas personas cambian. El mundo no cambia si nosotros juzgamos, nos enfadamos, criticamos pero no hacemos nada para cambiar a nosotros mismos.
El monje tiene razón: sembremos en nuestro mundo interior las semillas de los frutos que nos gustaría ver fuera, entonces estos frutos crecerán en nosotros, entonces sabremos reconocerlos incluso fuera de nuestro pecho.
Y ¡ojo! Que vivir la paz desde dentro no nos os hará ciegos frente a las atrocidades de la realidad. Nos hará más fuertes, más conscientes, más valientes.
Porque amar, ser felices, vivir la vida con entusiasmo y luchar para un mundo mejor -a pesar de todo lo malo y lo injusto que pueda pasar- es de valientes.
Quejarse, juzgar, enfadarse, criticar sin mirarse dentro, esto es de flojitos. Es así que funciona nuestro sistema de Ego.
Adelante entonces, es vuestra, en última instancia la elección: ¿la pila de caca o la montaña de Luz?
Porque cada uno de nosotros es a la vez el monje y el poeta tonto. Ambos viven siempre en nosotros. No escapamos de ellos. El tema importante es a quien de los dos queremos seguir y escuchar. Nosotros lo decidimos. En cada instante.