Sé que hay mucha gente profana al mundo de la prevención y, aunque tengamos una ley, en concreto la Ley 31/1995, de 8 de noviembre, de Prevención de Riesgos Laborales, seguimos pasándola por el forro todo lo que podemos. Tanto que hemos llegado hasta aquí a base de ser reactivos, nunca preventivos… Primero nos damos la leche y después miramos para buscar soluciones para que no nos vuelva a pasar y paliar todo lo que podamos el golpe que ya nos hemos dado.
El caso que nos compete ahora es la mayor crisis de salud que hayamos vivido hasta el momento, el COVID-19 destapa la mala gestión de la prevención. Y no solo eso, también pone de manifiesto la falta de sentido común. Hemos visto cómo la estupidez humana se propaga antes que el virus, y parece que ambos a día de hoy pueden ser letales.
Mi experiencia desde el 2001 trabajando en el mundo de la prevención de riesgos laborales es que hemos avanzado mucho en prevención. Eso es indudable: en 1985 morían en accidente laboral casi 1.200 personas y en 2019 fallecieron 578. Aunque tampoco se habla de que siguen muriendo casi dos personas al día en accidente laboral.
Evolución del número de accidentes de trabajo mortales en jornada de trabajo en el período 1960-1985
Sin embargo, seguimos siendo reactivos, nuestra cultura preventiva es escasa, y hablo como cultura occidental, porque acabamos de comprobar cómo la cultura oriental en este sentido nos da mil vueltas. China ya sale del COVID-19 y nosotros acabamos de empezar, teniendo de referencia a China e Italia pero sintiéndonos inmunes hasta hace dos días.
¡Somos reactivos! Ni preventivos ni mucho menos proactivos. Esta sería la verdadera cultura de la prevención, ser PROACTIVOS. «Cuando veas las barbas de tu compañero cortar, pon las tuyas a remojar”. En el momento que detectamos lo que pasaba en China era cuando había que ponerse a trabajar. Y de eso sí saben los chinos, incluso los que viven en España, que ha sido a los únicos que se les ha ocurrido comprar mascarillas… En fin.
James Reason definió formalmente error humano de la siguiente manera: “es el fracaso de una secuencia planificada de actividades físicas o mentales para lograr un resultado deseado, especialmente cuando ese fracaso no se puede atribuir a la intervención del azar”. Si resulta imposible garantizar la eliminación del error (en este caso el COVID-19 ya existe), debemos entonces descubrir formas eficaces de mitigar sus consecuencias en situaciones en las que son inevitables.
Ahora viene la segunda parte y de nuevo la cultura en la que estamos hace que resolvamos el problema de una forma u otra: el enfoque. En el enfoque personal, que es lo habitual en España, y por eso los TSPRL sufrimos lo que sufrimos, busca un culpable, que si hay TSPRL será él sí o sí, para eso se le paga (cosa que es mentira, pues son unos auténticos héroes mileuristas) pero ya tenemos una persona para echarle toda la culpa.
El enfoque personal se centra en el error individual, reprocha a la persona la negligencia o imprudencia y así se acaba todo. El ejemplo más reciente y que todos conocemos es el accidente ferroviario de Angrois, el 24 de julio de 2013. Si el chófer es el responsable ya se ha terminado la investigación del accidente. Aquí solo necesitamos un culpable y nos olvidamos de corregir o evitar que esto vuelva a suceder, y olvidaos de que la empresa o el estado pida disculpas públicamente o acepte responsabilidades. Ya tenemos a un culpable, fin de la historia.
Después está el enfoque sistémico, las personas fallan, pero esos errores son esperables. El sistema es la causa, los errores son consecuencia de fallos latentes en los procesos. Los seres humanos son falibles y los errores pueden ocurrir a consecuencia de las condiciones en las que trabajan los individuos y no a la perversidad humana. Y el ejemplo lo tenéis en el accidente ferroviario de Amagasaki que tuvo lugar el 25 de abril de 2005. Fijaos que si en Japón tenemos un accidente en el 2005 con bastantes similitudes, lo suyo era prevenir en el resto del mundo que eso volviese a suceder. Pero es cierto, China y Japón están muy lejos y no tenemos canales de comunicación para enterarnos de lo que sucede…
Pensar que un accidente solo tiene una causa o un culpable nos ahorra muchos problemas, así es cómo pensamos en España y así vivimos, poniendo parches a todos los problemas que nos surjan… Ya vendrá otro a comerse el marrón. Pero lo suyo es que los que están ahora salven el culo, balón siempre hacia delante, olvidaos de coger el toro por los cuernos. Para eso habría que ser más sensatos y competentes, y claro, saldría a la luz que vivimos subordinados a ignorantes con falta de valor para reconocer que no saben de todo.
El modelo del queso suizo o modelo del efecto acumulativo, nos explica cómo un accidente (situación de alarma en España) no es debido a una única causa, sino que la mayoría se pueden remontar a uno o más de los cuatro dominios de fallo: influencias de organización, supervisión, condiciones previas y los actos específicos.
El peligro existe, en este caso el COVID-19, y para que se extienda la pandemia y haya muchas muertes, que en este dibujo sería el accidente, deben saltarse todas las defensas del sistema, hasta que llegamos al acto inseguro, que esto es con lo que nos quedamos aquí, la culpa del contagio es la gente que sale a la calle y lo propaga.
En abril del 2016 hice un curso en FOMET que se llamaba «Percepción del riesgo para mejorar la prevención» convencida de que mientras no veamos riesgo para nuestra salud, ni las personas ni las empresa ni el estado entenderán la prevención, y seguiremos tomándonos la Ley 31/1995, de 8 de noviembre de PRL como cualquier norma de obligado cumplimiento, es decir, cumplo y miento. Y es que no hemos entendido que con la salud no se juega.
No tenemos en nuestro ADN la cultura preventiva, es más, las últimas políticas desarrolladas en este ámbito se han caracterizado por:
Desde la crisis económica del 2008 todo lo que habíamos adelantado en prevención queda relegado a un segundo plano y muchas veces incluso olvidado, de hecho, la crisis hace que aumente exponencialmente el riesgo psicosocial en las empresas, pues perder el puesto de trabajo es algo que la mayoría de los mortales no lleva muy bien, y a día de hoy todavía no lo hemos gestionado.
La crisis puso de manifiesto que vivimos en un entorno VUCA, acrónimo utilizado para describir cuatro retos o desafíos del mundo en el que vivimos actualmente: son entornos caracterizados por la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad.
Y ahora el COVID-19 nos recuerda que no aprendimos nada de ese momento. Llevo años escuchando que salimos de la crisis, y ahora caerán todas las máscaras y falacias que nos hemos estado diciendo todo este tiempo. No estamos preparados. Hablaba de cómo sobrevivir al entorno VUCA en mi libro Creando Empresas Humanas: la empresa 3.0, que no deja de ser una guía para dejar atrás el viejo paradigma. Pero nos resistimos. Como dice Mario Alonso Puig: “Las personas solo cambiamos de verdad cuando nos damos cuenta de las consecuencias de no hacerlo” y nadie cambia a la primera, necesitamos al menos un par de leñazos para hacerlo, y aquí tenemos el segundo.
Las circunstancias cambiantes requieren respuestas y acciones también variables, por eso la flexibilidad y la capacidad para actuar creativamente son más importantes que la eficiencia estricta. Es más importante hacer las cosas correctas en el momento oportuno y lo suficientemente bien, que hacer las cosas incorrectas bien, o las cosas correctas demasiado tarde.
Si esperamos más a tomar medidas y entender en qué nos puede ayudar la prevención estaremos perdidos, pues nuestro cerebro en modo supervivencia no entiende de creatividad, simplemente obedece a modo lucha o huida, y esto acaba de empezar. Si hemos acabado con el papel higiénico en un día, saltándonos la solidaridad y la empatía, ¿qué sucederá si falta alimento?
Es hora de ser responsables, en este momento no debemos buscar culpables de esta situación, sino tomar medidas para contener esta crisis sanitaria, económica, humana… y como no podemos controlar lo que está en manos del gobierno, y ya han dado demasiados palos de ciego y ocultado mucha información, la mejor forma para prevenir es quedarnos en casa, no exponernos, ni traigo ni llevo el bicho… ya tendremos ocasión después de salir a la calle y reclamar responsabilidades, pero no fallemos nosotros, somos el escalón más débil y es fácil que nos echen la culpa. Así que volviendo a la prevención, que es un poco de lo que entiendo, Frank E. Bird en uno de sus estudios demostró que de cada 100 accidentes (contagios COVID-19), 85 fueron causados por actos inseguros, y solo uno ocurrió por condiciones inseguras.
Para que lo entienda todo el mundo, la condición insegura en este caso sería el virus, y la práctica insegura para mí a día de hoy es exponerme, salir a la calle.
Quiero ver la parte positiva de todo esto y confío que al menos se entienda la importancia de la prevención y se vuelvan a invertir recursos en ella. Por otro lado, espero que ahora entendáis lo que llevamos tanto tiempo promoviendo en Humanas, la importancia de la salud, la necesidad de promover empresas humanas y saludables, por eso nuestro lema es: la salud no lo es todo, pero sin ella, todo lo demás es nada.
Mónica Seara – CEO Humanas Salud Organizacional
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